#ElPerúQueQueremos

Nunca será tu culpa.

Carta abierta a Joyce Guerovich

Publicado: 2013-11-12

Querida Joyce,

Tú y yo no nos conocemos. Soy una de las miles de mujeres que vio ayer el video en el que afirmas que las mujeres disfrutamos de “despertar el instinto salvaje” de los hombres y que “somos responsables” de lo que nos sucede en las calles. Es terrible, pero esta es una cita exacta de tus palabras. En el mismo video, dices también que a las mujeres nos gusta vestimos sexy y que, por lo mismo, buscamos provocar piropos y otras reacciones.

Antes de seguir, vamos a dejar algo en claro. No seré material de modelo, pero me considero una mujer bastante atractiva. Cuando me miro en el espejo, me gusta la persona que veo. Mis dientes son más llamativos que mis curvas y jamás podría llenar uno de tus escotes, pero eso nunca me ha molestado. A veces, como dices, me gusta sentirme sexy. A veces uso minifalda, a veces me balanceo sobre tacos imposibles, a veces me pinto los labios y me delineo los ojos.  A veces me arreglo para salir con mis amigas; a veces, lo hago y coqueteo con alguien que acabo de conocer. Como tú, disfruto sentirme atractiva. Pero, a diferencia tuya, no espero despertar el instinto salvaje de nadie, a menos que sea en la intimidad y con mi consentimiento.

Ahora quisiera contarte algunas cosas. En realidad, con excepción de unos pocos amigos que puedo contar con los dedos de una mano, tú serás una de las primeras personas con las que comparto todo esto.

Cuando era una niña de ocho años, un obrero que estaba trabajando en una remodelación en casa me pidió que lo ayudara. Siempre he sido curiosa y conversadora, y tal vez demasiado confiada. Mientras lo ayudaba a lijar una puerta de madera, empezó a frotarse contra mí e intentó desabrocharme el pantalón y tocarme. Cuando se lo conté a la mujer que trabajaba en mi casa, ¿sabes qué me dijo? Que era mi culpa, que yo era responsable por lo que me había sucedido. Que yo, una niña de ocho años, había provocado eso al pasar un rato sola con un hombre adulto.

Mucho tiempo después, cuando me quedé a dormir a casa de un amigo después de una fiesta, para no volver sola  de madrugada, otro amigo se metió a mi cama e intentó tocarme, a pesar de que lo empujé y repetidamente dije que no. Cuandolo increpé a la mañana siguiente, ¿sabes qué me dijo? Que era mi culpa, que yolo había provocado por no irme a dormir a mi casa. A pesar de que quien me agredió era alguien que consideraba cercano y que me hacía sentir a salvo, el mal rato había sido mi culpa y responsabilidad.

Cuando hace un año, saliendo de una galería en uno de los barrios más seguros de Lima, un tipo me empujó y me tocó violentamente mientras me sujetaba contra la pared, lo primero que hice apenas se marchó fue mirar mi ropa y preguntarme qué había hecho para provocar una agresión semejante. No estaba ni rica ni apretadita, no tenía escote ni minifalda. Estaba usando una falda larga y una chompa que revelaban poco más que las burkas que nos horrorizan en las fotografías del Medio Oriente. Cuando volví a la galería temblando y a punto de llorar, ¿sabes qué me dijeron algunas personas? Me increparon por haberme ido sola y no esperar a que algún amigo me acompañara. Lo que había sucedido era mi responsabilidad por caminar de noche por la calle.

Toda mi vida he tenido que luchar contra una sociedad que me dice y me repite que yo lo provoqué, que fue mi responsabilidad. Como yo, miles de mujeres no denuncian a sus agresores ni comparten con sus familias u otras mujeres lo que les sucede, porque se sienten avergonzadas y responsables por algo que no buscaron y que, definitivamente, no merecen.

En el fondo, no eres culpable de tus palabras: tú y yo venimos de la misma ciudad y crecimos en la misma sociedad. Yo también pienso a veces que lo que me sucede cuando camino por la calle es mi culpa. Por eso, aunque tus palabras me indignan y me causan rabia, también me llenan de lástima. Es cierto que eres libre de pensar lo que quieras, pero cuando dices en televisión nacional que nosotras provocamos las agresiones de las que somos víctimas, le estás diciendo a miles de niñas y mujeres que los peores momentos de su vida han sido responsabilidad suya.

Los “piropos” a los que te refieres, Joyce, no son formas masculinas de expresar admiración o amor por las mujeres, sino maneras de degradarnos y recordarnos que, para ellos, nosotras no merecemos mayor respeto. El acoso callejero es solo la punta del iceberg y la manera socialmente aceptada de expresar la misma misoginia que hace que los hombres sientan que pueden tocarnos sin nuestro consentimiento. Cuando lo validamos, validamos también la noción de que pueden hacer lo que quieran con nuestro cuerpo y autoestima.

Cuando un hombre te revela sus fantasías sexuales mientras caminas por la calle, no te está piropeando: está reafirmando la noción que tiene de ti como algo inferior a él, algo que puede ser tomado, usado y desechado a su antojo. No te confundas. Un día son palabras y silbidos en la calle. Otro, empujones y toqueteos cuando vuelves a casa.

Me entristece también la cantidad de hombres que hoy celebran tus palabras. Dices que quieres defender a tu público masculino, pero lo único que haces insultarlo. Reduces a los hombres a la condición de animales incapaces de sobreponerse a sus instintos. Excusándolos, los despojas de su humanidad de la misma manera en que ellos nos despojan de la nuestra.

Te agradezco la oportunidad que me has dado de escribir y contar todo esto. Es la primera vez que lo hago y espero que ayude a que otras mujeres que han pasado por experiencias similares y muchísimo peores sepan que no son responsables de lo que les sucedió. Espero que si alguna vez te ha sucedido algo así, sepas que no es tu culpa, que nunca será tu culpa.

Sin más, me despido, deseándote lo mejor.

Jimena.


Escrito por


Publicado en

todavía en lima

Otro sitio más de Lamula.pe